Miguel Fernández Galán
Investigador del ISMA-MHILP
En el pasado artículo, abordamos la cuestión relativa a la susceptibilidad de los profesionales del derecho a sufrir a nivel psicológico del contacto directo e intenso con los problemas de sus clientes, malestar comparable al experimentado por parte de aquellos sectores tradicionalmente asociados a la atención, ayuda o asesoramiento directo a personas que sufren problemas de diversa índole, tales como médicos, enfermeros o bomberos, entre otros. Nos centramos en la posibilidad de sufrir de desgaste por empatía o trauma vicario, entendida en palabras de Figley (1995, citado en Acinas, 2012) como: “el residuo emocional resultante de la exposición al trabajo con aquellos que sufren las consecuencias de eventos traumáticos”. Asimismo, señalamos que es una problemática perfectamente prevenible y/o tratable en manos de un psicólogo sanitario especializado.
Esta es la cuestión que nos ocupa hoy. ¿Por qué nos resulta tan difícil acudir al psicólogo cuando lo necesitamos? ¿Qué motivos nos impiden solicitar la ayuda especializada de un profesional de la salud mental en el caso de que no sepamos cómo lidiar con nuestros síntomas?
Existen multitud de factores que influyen a la hora de no acudir a un psicólogo, incluyendo miedos, prejuicios, dificultades económicas o falta de tiempo. No obstante, más allá de aquellas variables que habitualmente tienen su peso a la hora de decidirnos respecto a la necesidad de acudir a una ayuda especializada, atenderemos a dos posibles modelos explicativos de los trastornos mentales que permean en nuestra cultura y sociedad, siendo estos el biomédico y el psicosocial, los cuales nos predisponen a percibir de forma necesaria o innecesaria la posibilidad de acudir a un psicólogo sanitario con el objetivo de poner un remedio a nuestro malestar psicológico. Con el fin de ejemplificar con la mayor claridad posible el alcance de estos, tomaremos a la depresión como posible trastorno mental sobre el cual ambos modelos ofrecen explicaciones teóricas respecto a su etiología que pueden llegar a bloquear o predisponer respectivamente la búsqueda de asistencia psicológica. Asimismo, expondremos los resultados de un reciente estudio dirigido por los autores Zimmermann y Papa orientado a investigar el impacto de dichos modelos en el paciente con depresión.
El modelo biomédico comprende la depresión como una disfunción cerebral atribuida a un desbalance químico influido por una dotación genética predeterminada. Por tanto, entender la depresión como un trastorno explicable desde este modelo conlleva una causalidad organicista que resulta ser interna, estable e incontrolable (Zimmermann y Papa, 2019).
En pleno contraste, el modelo psicosocial enfatiza en mayor medida la relevancia de factores como patrones de pensamiento aprendidos, contingencias ambientales y la interacción entre dichas variables (persona y entorno) como agentes causales de la depresión. Desde este marco, se entiende la depresión como un trastorno más externo, variable y controlable (Zimmermann y Papa, 2019).
Basándose en los resultados obtenidos en base a investigaciones previas relativas a la cuestión previamente expuesta, los autores Zimmermann y Papa (2019) realizaron un estudio con el objetivo de examinar el impacto que las explicaciones biomédicas o psicosociales de la depresión podrían tener en adultos con depresión que no buscaban tratamiento acerca de sus percepciones sobre la efectividad de dicho tratamiento (ya sea farmacológico o psicoterapéutico), el grado de pesimismo pronosticado y de estigma personal. Sus resultados revelaron que aquellos participantes que se hallaron expuestos a una explicación biomédica de su trastorno mostraron un incremento en dicho estigma y pesimismo pronosticado, así como un aumento en la credibilidad del tratamiento farmacológico pero no del psicoterapéutico (Zimmermann y Papa, 2019). Por otra parte, los participantes que recibieron una explicación psicosocial enfocada en destacar los factores cognitivos y ambientales en la etiología de la depresión mostraron una reducción en la estabilidad percibida del trastorno que fue asociada a un decremento en el grado de pesimismo pronosticado (Zimmermann y Papa, 2019).
Partiendo de lo expuesto hasta ahora, podemos llegar a la siguiente conclusión: la psicología es una ciencia joven y, hoy en día, la aproximación predominante en la población ante la presencia de problemas de salud, ya sean físicos o mentales, se encuentra auspiciada por el modelo biomédico, el cual puede presentar ciertas ventajas respecto a la percepción del paciente en cuanto al tratamiento de problemas puramente orgánicos. No obstante, en lo relativo a la casuística mental, el asunto resulta ser aún más complejo, por lo que las mismas explicaciones biomédicas en colación a problemas de salud cotidianos no necesariamente resultan aplicables a dificultades relativas al bienestar psicológico del individuo, provocando más perjuicio que beneficio en la resolución de problemáticas mentales al generar en la persona que sufre una atribución de su malestar como interno, estable e incontrolable, tan sólo atenuable por medio de sustancias (lícitas o no), dejando al individuo fuera de la ecuación de su propia salud mental.
Sin ánimo de menoscabar a la aproximación médica al tratamiento de los trastornos mentales (puesto que la Psiquiatría y la Psicología Clínica son disciplinas plenamente complementarias y se enriquecen mutuamente en gran medida respecto a dicha cuestión) y partiendo de la posibilidad de contraer un trauma vicario por parte del jurista en el ejercicio de su profesión en base al contacto intenso y continuado con el sufrimiento de sus clientes, entendemos que dicho malestar psicológico se basa en una causa externa, controlable y variable cuya solución radica en las manos del profesional que lo sufre, resultando este un agente activo y no pasivo de su recuperación y bienestar psicológico desde el modelo psicosocial.
Basándonos en los resultados de la investigación expuesta con anterioridad, la explicación que le demos al origen de nuestro sufrimiento mental influye en la percepción de nuestro papel respecto a este, la búsqueda de tratamiento y, en última medida, su posibilidad de resolución.
La Psicología Clínica actual ha demostrado extensamente por medio de investigaciones, revisiones sistemáticas y metaanálisis que los factores cognitivos y ambientales sí juegan un papel activo en la resolución de nuestros malestares de índole psicológico, ofreciéndonos la esperanza y la oportunidad de poner fin a nuestro sufrimiento por nosotros mismos, posibilitándonos confiar en la asistencia de un especialista en Psicología Sanitaria en el caso de que lo consideremos necesario y entender nuestro malestar como originado por causas externas, variables y controlables y, por tanto, susceptibles de resolución por nuestra parte.
Referencias
- Acinas, M.P. (2012). Burn-out y desgaste por empatía en profesionales de cuidados paliativos. Revista digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 2 (4), 1-22.
- Zimmermann, M. & Papa, A. (2019). Causal explanations of depression and treatment credibility in adults with untreated depression: Examining attribution theory. Psychology and Psychotherapy: Theory, Research and Practice.