He terminado Derecho, ¿Y ahora qué?
Felipe Herrera Herrera
Colaborador del ISMA-MHILP
“El éxito no está en vencer siempre sino en no desanimarse nunca”
Napoleón Bonaparte
No siempre podemos ser positivos, pensaba hace un tiempo atrás, y menos cuando te acabas de graduar en Derecho y por distintos factores de la vida (ya hablaremos de ello en otra entrega) no consigues acceder al Máster de Acceso a la Abogacía.
Si a ello le sumas estar a disgusto trabajando de noche en hostelería, por las mañanas y tardes cargando y montando muebles en casas de personas que se creen de la aristocracia y una mochila a tus espaldas de problemas familiares, creo que a la mayoría de vosotros, queridos lectores, la situación os haría sentir un poco frustrados o al menos bastante cansados y agobiados.
En este punto es cuando empiezas a pensar qué es la frustración y te das cuenta de que no tienes ni idea, no sabes lo mal que te puedes llegar a sentir y mucho menos cómo combatirla.
De hecho, en la universidad siempre te reforzaban positivamente al obtener la mejor calificación y se empeñaban en diseñar un arquetipo de abogado perfecto, en nuestras cabezas, que está muy lejos de la realidad. Afirmación de la que te cercioras cuando te introduces de lleno en el sector jurídico.
Objetivamente en la universidad nadie te enseña a levantarte después de un fracaso; pero no nos despistemos con los innumerables cambios que podríamos hacer en el sistema educativo y volvamos a aquel entonces con 23 años y un grado en Derecho que no servía para nada.
¡En ese entorno fue donde colapsé! En concreto después de encadenar varios días de trabajo casi sin dormir, comiendo poco y abusando un poco de las bebidas energéticas. Muy mala combinación, como es evidente.
El colapso fue casi literal, ya que me sentía totalmente agotado y desanimado. Me vi en parte reflejado en la imagen que dio la vuelta al mundo de los empleados de Lehman Brothers que, durante su quiebra, abandonaban su sede con cajas de cartón (que contenían sus objetos personales) y un rostro lleno de tristeza y resignación.
Tanto es así que decidí, después de sollozar como un niño que había perdido su muñeco, recluirme a pensar en la situación cerrando ventanas, cortinas y puertas y bebiendo y comiendo lo imprescindible. Tristeza y culpabilidad, que casi representaba “El asceta” de Pablo Picasso, de su época azul, pero en la realidad.
Hasta que en un momento de inspiración decidí llamar a un amigo (psicólogo) que me recordó unas cuantas cosas que mi ego se había encargado de borrar:
- Hay que sonreír y reírse a diario.
- Hay que aceptar lo que somos y las situaciones en las que vivimos.
- Hay que amarse a uno mismo, ya que somos únicos. La vida es solo una y no hay que desperdiciarla.
- Hay que saber en todo momento dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Sencillo, hay que tener objetivos en la vida.
Cual Aristóteles y su “El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona”, lo cuestioné absolutamente todo y pasé por una fase de introspección donde aprendí mucho de mí mismo y cambié el chip por completo.
Lo primero que hice fue llamar a una profesora de la facultad, que por aquel entonces coincidía en que era la directora del Máster de Acceso a la Abogacía, para ver si con algo de suerte podían aceptarme fuera de plazo. Como es evidente no tuve tanta suerte.
Sin embargo, gracias a esa estupenda profesora, descubrí a la universidad a distancia por antonomasia, la UOC, que a diferencia de otras universidades hace dos convocatorias en un mismo año. Por tanto, sin pensarlo un segundo, me matriculé en el Máster y allí conocí a mi amor (aunque esa es otra historia).
Lo segundo fue empezar a ir cada mañana a los distintos juzgados que tenemos aquí en Palma de Mallorca. Pasaba allí todas las horas posibles viendo juicios, hablando con los abogados y molestando a todos los profesionales que a diario se cruzan en los tribunales. De esto puedo sacar mil historias que me hicieron aprender mucho y que espero poder compartir con todos vosotros en siguientes publicaciones.
Lo tercero fue aprovechar mis escasos ahorros para hacer 500 tarjetas de visita e imprimir 1000 carteles que previamente había diseñado con los mejores cursos de diseño y marketing que encontré en Youtube. Tenía que comer, pagar mis gastos y facturas, en definitiva, tenía que buscarme la vida y no hay mejor forma que hacerlo con algo que te apasiona como es el Derecho.
Como dice Steve Jobs “La única manera de hacer un gran trabajo, es amar lo que haces. Si no lo has encontrado, sigue buscando. No te conformes.” Al fin y al cabo ya era jurista, había cursado un Grado que lo avala y estaba cursando el Máster, aún no podía ir a juicio pero sí podía ayudar a muchas personas con sus problemas.
Lo siguiente que hice estaba directamente relacionado con lo anterior, y fue acondicionar el salón de mi humilde casa como si fuese un despacho profesional. Por suerte estaba (y está) ubicado en el centro de la ciudad y en consecuencia, me camuflaba entre los otros despachos que ocupan los pisos del edificio.
La táctica era mover la mesa y sofá del salón y añadirle un separador de espacios muy moderno cada vez que venía un cliente. Y como no eran pocos se convirtió en la rutina diaria. Nuevamente internet y mi curiosidad característica ayudaron a recrear mi “oficina”.
En este punto me viene a la cabeza uno de los famosos dichos de Albert Einstein, que destacaba la importancia de ser apasionadamente curioso como si de un talento se tratara. Salvando las distancias, al menos algo compartimos.
Lo último que hice fue reunirme con antiguos compañeros para desarrollar y posteriormente lanzar una iniciativa que comenzó por aquel entonces como blog y que actualmente sigue su curso como portal jurídico, de tirada nacional, donde buscamos compartir derecho y conocimiento jurídico.
Como es evidente, es necesario sembrar para el futuro y es lo que en aquel momento hacía todos los días y que, a día de hoy, sigo haciendo y me lo pondré como objetivo año tras año de mi vida.
De hecho, cuando no estaba en los juzgados y sobre todo antes de empezar a tener clientes, me dediqué literalmente a romper las suelas de mis zapatos. Y aunque pueda sonar cómico, así fue ya que me paseaba mañanas, tardes y noches, pegando carteles de mis servicios y repartiendo tarjetas en cada una de las fruterías y comercios de los distintos barrios de mi ciudad. Pero todo sea por lo que amas.
Me gustaría poder profundizar en cada punto y sobre todo contar más detalladamente cada una de las aventuras que han sucedido en estos dos años, que parecen diez. Sin embargo, prefiero cerrar el artículo con una breve reflexión.
La vida continuamente te pone a prueba y tú eres quien marca los límites y quien decide quién quieres ser. Muchas veces nos infravaloramos o caemos en estigmas generalizados como por ejemplo, que el psicólogo es para locos o que contar nuestros sentimientos nos hace parecer más débiles y vulnerables. Al final te acabas convirtiendo en el fruto de tus pensamientos.
Es momento de cambiar y aprender a ser felices, con lo bueno y con lo malo. Desde mi humilde opinión, debemos aprender a amarnos y así podremos amar a las personas y a la vida. Fracasar no es más que la clave para aprender y construir nuestro camino y objetivos. Obviamente puede ser doloroso pero tenemos que conocernos y dejar de aparentar que todo va bien y que somos perfectos. Es sencillo, levántate cuando te caigas y si necesitas contárselo a alguien hazlo, no sientas vergüenza.
En conclusión y como dice el Dalai Lama “cuando pierdas, no pierdas la lección”.
Por último, hay que hablar con el corazón: sigo enamorado de mi novia, aprobé el Máster y posteriormente el Acceso a la Abogacía y creo que mis clientes y compañeros están felices con mi trabajo, esfuerzo y dedicación.